Llegamos a un punto en que no estamos para nadie,
Y aprendí que no importa,
A veces, el no estar para uno también es bueno.
Aprendí a quererme no queriéndome,
a importarme incluso cuando dejé de importarme.
Llegué a un punto donde nada me consume,
ni la gente, los pensamientos, ni siquiera tú.
Aprendí a disfrutarme en la congoja de mi corazón,
acrisolado en la complejidad de mis pensamientos,
a ser feliz sin la ornamenta de ser y de pensarte,
a ufanarme en la trivialidad de los momentos.
No dudo en soltar lo pernicioso,
ni en abrazarme a la beldad de estar solo…
Ricardo M. Guerra